Lorenzo Recuero Benítez: “La Psicología no es refugio para almas sensibles. Es un campo de batalla”

El testimonio y la visión que ofrece Lorenzo Recuero Benítez, alumno de segundo curso del Grado en Psicología, sobre su profesión y la función social que esta tiene en la sociedad no deja indiferente a nadie. Curioso, comprometido, reflexivo, humilde y muy coherente con su futuro aporta un sentido crítico y realista sobre el peso que puede llegar a tener la Psicología en la vida de las personas. Su empeño en formarse para entender el mundo que le rodea y poder dar respuestas a incógnitas inherentes al ser humano, hace que este sevillano aficionado viajar –“como única forma aceptada de estar perdido, confundido o sudando en público”, sea una promesa de la psicología clínica con la que poder cambiar el rumbo de quien se encuentre al borde del abismo. Recuero no disimula su vocación ni su afán en mirar el alma ajena sin filtros y, con un pie ya EE.UU., país donde cursará su tercer año en Psicología, confiesa su debilidad tanto por una buena conversación, como -ya en un plano más material- unas buenas albóndigas del que, hasta ahora, ha sido su Colegio Mayor Hispanoamericano Nuestra Señora de Guadalupe.

Pregunta (P): ¿Qué le impulsó a estudiar el Grado en Psicología?, ¿qué aspectos son los que más valora de la Universidad?

Respuesta (R): Me impulsó la inquietud (incómoda, casi obsesiva) de entender el fenómeno del sufrimiento y el conflicto humano y, sobre todo, cómo superarlos y construir una vida que merezca la pena ser vivida. No como una abstracción filosófica, sino como una realidad cotidiana que golpeaba en las personas de mi entorno y a mí mismo desde la adolescencia. Esto me empujó a hacerme preguntas. Muchas sin respuesta. Otras, con respuestas que dolían. Pero todas urgentes. La más importante fue: ¿cómo puedo cambiar de verdad mi vida?  Eso me llevó a devorar libros, podcasts, vídeos, artículos… Muchos de cuestionable autoría, sí; pero con el tiempo fui afinando el criterio y acabé descubriendo la psicología científica, algo que, por primera vez, funcionaba de verdad. Entonces no hubo marcha atrás, ya no era solo una inquietud y curiosidad: era una vocación.

 

No quería estudiar Psicología para hacerme el interesante entre los demás. Quise hacerlo porque necesitaba mirar de frente el caos y aprender a ordenarlo. Porque la Psicología, cuando es seria, no es un refugio, sino proactividad. Es reflexión, aceptación y validación, pero también, y por encima de todo, organización, acción y compromiso.

 

Sobre la Universidad, valoro pocas cosas, pero las valoro mucho. Nunca he sido de idolatrar instituciones, pero sí admiro profundamente a las personas que las sostienen. Debo decir, aunque me gane alguna mirada escéptica, me siento profundamente agradecido con cada uno de mis profesores. Todos, desde los más veteranos (Pilar, Teresa, Alfonso, Yela, Juan, Matito…) hasta los más jóvenes (Almudena, Aitor, Antonio…), se dejan la piel no solo en enseñarnos, sino en inspirarnos, en “contagiarnosˮ. Son profesores que no se limitan a cumplir el programa, sino que asignan lecturas valiosas, cuelgan muchos materiales extra, recomiendan interesantísimos artículos, manuales, documentales…Y, sobre todo, nos lanzan preguntas y reflexiones que nos descolocan, que nos obligan a ir más allá del examen, a pensar, a dudar y a mirar el mundo con ojos nuevos. Algunos con décadas de experiencia, otros con la energía de la juventud, todos con algo en común: volcarse por formar psicólogos que puedan aportar algo real. Y eso se nota. Valoro mucho esa sensación que a menudo siento de estar aprendiendo algo que importa, algo que, de una forma u otra, realmente sirve para entender y cambiar vidas. Y eso, para mí, es oro puro.

 

También valoro a los compañeros que vienen a aprender, no a aprobar. Lo demás (las matrículas de honor, los premios, los formalismos, el postureo académico) me interesa más bien poco.

 

(P): ¿Cuál es -o cuál ha sido- la asignatura favorita o la temática que más le ha gustado?

(R): No podría seleccionar una sola asignatura, pero hay dos que, por su impacto, se han convertido en puntos de inflexión en mi manera de entender la Psicología. 

 

La primera fue Psicología del Individuo, con el profesor José Ramón Yela, cercano, encantador e incondicionalmente empático y asertivo. De todo lo que nos enseñó, el análisis funcional fue lo que más transformó mi forma de mirar al ser humano. Aprendimos que incluso la conducta más destructiva o desconcertante tiene una lógica, una función que responde a secuencias concretas y a variables contextuales y biográficas. Las personas no somos enigmas inescrutables, sino sistemas complejos que pueden comprenderse y modificarse si se sabe observar. Esta mirada me permitió empezar a leer entre líneas: ver en cada evitación, hábito o conducta disruptiva, no una etiqueta o problema aislado, sino una adaptación con sentido que se puede modificar.

 

También me marcó el modelo de potenciación, que plantea que el cambio real no surge del castigo ni del sermón, sino del equilibrio entre la aceptación y la validación radical, la autoeficacia, la esperanza y el compromiso con la acción. En este sentido, la terapia tampoco es una mera actividad reflexiva o conversacional, sino un proceso de cambio activo que implica dirección clara y concreta, valores definidos, cambio de contexto y la experiencia directa de actuar y mejorar en coherencia con ellos. No basta con cambiar la forma de pensar, hay que cambiar la forma de vivir.

 

Junto a esto, también me influyeron mucho el poder de la entrevista motivacional, el escepticismo hacia el modelo psicopatológico ortodoxo y la necesidad de que toda intervención esté respaldada por evidencia científica, especialmente en un campo tan sensible como la clínica.

 

La segunda asignatura que me marcó fue Psicología del Ciclo Vital I y II, con Pilar Quiroga; elegante, profunda y profesional. Con ella aprendí que para intervenir en la vida de alguien es necesario conocer exhaustivamente al ser humano en toda su complejidad; en este caso, cómo se desarrollan y qué implicaciones tienen para la vida del sujeto las dimensiones físicas, cognitivas, emocionales y sociales de la persona a lo largo del tiempo. Cada etapa vital conlleva características, necesidades y matices únicos, y desconocerlos puede llevar a errores peligrosos, por ejemplo, diagnosticar depresión en población anciana por usar tests donde predomine sintomatología somática. Pilar nos enseñó que ser psicólogo es comprometerse con la complejidad, y que, para estar a la altura, hay que estudiar mucho. Muchísimo.

 

(P): ¿Hacia dónde cree que se dirigen las nuevas tendencias en el ámbito de la Psicología?

(R): Hablar de ‘tendencias’ suena a moda. Pero la Psicología no puede permitirse modas, solo evidencia, porque solo así se garantiza la rigurosidad y la fiabilidad. 

 

Como estudiante de segundo, sé que mi perspectiva es muy limitada. Pero desde esa limitación, si tengo que dar una respuesta, diría que espero que las nuevas tendencias vayan hacia una psicología radicalmente empírica, porque el sufrimiento humano no admite procedimientos a la ligera. Porque está en juego la esperanza de quienes sufren.

 

Uno de los prejuicios más extendidos es que la ciencia solo responde al cómo, mientras que los por qués (la identidad, el sentido, la vocación, el amor…) serían terreno exclusivo de ramas más humanistas, como la filosofía o la religión, y que por ello, la Psicología, si quiere captar lo genuinamente humano, también debe alejarse de la ciencia. Pero esto ha dejado de ser cierto desde hace mucho tiempo. La psicología científica lleva décadas desarrollando métodos propios para estudiar y optimizar los aspectos más abstractos y subjetivos de la experiencia humana. Y lo hace desde una pluralidad metodológica (cuantitativa, cualitativa y mixta) que le permite abordar lo emocional, lo profundo y lo relacional con un rigor comparable al de cualquier otra ciencia.

 

Existen ejemplos como el Estudio Grant de Harvard, que durante más de 80 años ha demostrado que el predictor más sólido de una vida plena es la calidad de nuestras relaciones. O como los modelos de bienestar subjetivo, la teoría del apego, las intervenciones basadas en fortalezas o las terapias contextuales como ACT o DBT. Frente a la confusión filosófica (donde cada corriente ofrece una receta diferente y a menudo contradictoria para la felicidad), la psicología científica aporta respuestas concluyentes y concretas: cultivar relaciones íntimas, practicar gratitud, ejercitar el cuerpo, vivir con propósito, exponerse progresivamente a lo que nos da miedo…

 

La capacidad científica de la Psicología también se aplica a los temas más íntimos, como la educación sexual. Educar sin tabúes ni castigos y promover el autoconocimiento y el respeto, no solo previene traumas y complejos, sino que permite que niñas y niños crezcan con una relación sana con su cuerpo, su identidad y sus vínculos.

 

Por supuesto, enfoques no empíricos como el psicoanálisis, la filosofía o la religión pueden ofrecer consuelo. A veces aciertan, pero solo cuando, por intuición o accidente, activan principios activos que la psicología científica ya estudia y aplica. La religión puede aliviar porque da pertenencia, ritual y esperanza. El psicoanálisis puede ayudar porque genera vínculo terapéutico y exposición imaginada. De manera análoga, el chamán usa plantas que a veces funcionan, pero solo cuando contienen compuestos que la medicina moderna ya identificó y purificó. Sin evidencia, esos recursos son fuegos artificiales: bellos, pero inestables y fugaces. Y el precio del error es alto. Muy alto.

 

En Reddit se pueden encontrar numerosos testimonios: un joven con fobia social acude a una psicoanalista que interpreta su evitación como defensa narcisista. No se entrena en habilidades, no hay exposición, no se cuestionan pensamientos ni atribuciones distorsionados. Años después, sigue sin poder hablar en público ni buscar empleo. Otro paciente con TOC (Trastorno Obsesivo-Compulsivo) es tratado durante años sin aplicar prevención de respuesta, el tratamiento más eficaz y solo se explora el significado edípico de sus compulsiones, mientras sus síntomas se cronifican. Una mujer con TLP (Trastorno Límite de la Personalidad) entra en un proceso sin estructura ni validación, sin entrenamiento en habilidades y su disforia y autoagresiones se agravan. Vidas desperdiciadas por falta de rigor.

 

Por eso, creo, y espero, que el futuro de la Psicología consiste en consolidarse como ciencia de la experiencia humana integral. Una ciencia que no reniega de lo subjetivo, lo profundo ni lo complejo, sino que los estudia con las herramientas metodológicas adecuadas. Como estudiante, me queda mucho por equivocarme, desaprender y reaprender. Seguramente dentro de unos años me contradiga y avergüence de mí mismo en todo lo que acabo argumentar, pero si algo tengo claro hoy, es esto: en esta profesión, la buena intención sin evidencia puede ser devastadora. Y si tengo que equivocarme, prefiero hacerlo por exceso de rigor que por ingenuidad.

 

(P): ¿En qué cuestiones cree que afectarán las nuevas tecnologías al terreno psicológico?

(R): Reconozco que tampoco sé lo suficiente como para elaborar una argumentación fiable sobre este tema. Por eso, recomiendo un artículo brillante de mi profesora Pilar Quiroga: El Impacto de las Nuevas Tecnologías y las Nuevas Formas de Relación en el Desarrollo. Aporta una mirada profunda y bien fundamentada sobre el tema.

 

Ahora, desde mi subjetividad, diré lo siguiente: que el lector esté leyendo estas líneas implica que goza de un nivel de bienestar y de oportunidades superior al del 90% de los humanos que han pisado esta tierra. Las tecnologías, y el progreso en general, nos permiten acceder en días a conocimientos que antes requerían una vida entera. Y eso, en Psicología, también es revolucionario.

 

Conceptos como asertividad, inteligencia emocional, responsabilidad afectiva o trauma intergeneracional tienen menos de un siglo de historia. Pero hoy, gracias a la tecnología y la divulgación, se han filtrado en nuestra cotidianidad. En consecuencia, observo que estamos viviendo una especie de alfabetización psicológica. Escritores o divulgadores como Jonathan Heidt, Dan McAdams, Claudia Nicolasa o Manu Psicosex -quien, además de ser exalumno de la Ponti, es una persona maravillosa- están educando a la sociedad en áreas clave para una vida y sociedad buena: identidad, autoconocimiento, relaciones, sexualidad, habilidades de comunicación, inteligencia emocional, parentalidad...

 

Por eso, creo que actualmente estamos ante una posibilidad realmente revolucionaria: que la psicología, mediante la creciente divulgación que permite la tecnología, logre cumplir una función que durante siglos estuvo gravemente desatendida por el sistema educativo y las familias: dotarnos de los conocimientos y competencias para entendernos y dominarnos a nosotros mismos y a nuestras vidas, junto con la capacidad para convivir de manera sana y asertiva. Si la psicología basada en evidencia logra abrirse paso entre psicólogos charlatanes, gurús de autoayuda, influencers del bienestar, coaches sin formación... toda esa ‘papilla de quiosco’ -como brillantemente la llama mi profesora Teresa Sánchez-, no solo ayudará a disponer de mejores recursos para la vida individual, sino que también veremos emerger una ciudadanía más crítica, virtuosa y exitosa en todos los niveles. Y eso sí que sería una revolución silenciosa pero profunda. Tal vez, la revolución que siempre hemos necesitado para dejar de autodestruirnos como humanidad. Parafraseando a Aristóteles: la polis es el hombre en superlativo; ninguna sociedad puede sostenerse si quienes la forman ni se entienden, ni se desarrollan a sí mismos, ni son capaces de convivir.

 

(P): ¿Qué le recomendaría a un estudiante que está dudando en cursar o no con nosotros el Grado en Psicología en el futuro próximo?

(R): Le diría que se mire bien al espejo antes de tomar la decisión. Que no venga buscando respuestas fáciles ni fórmulas o tips para entender a los demás, como a veces venden los podcasts, artículos y libros de la autoproclamada ‘psicología de autoayuda’. La Psicología no es refugio para almas sensibles. Es un campo de batalla.

 

No basta con saber escuchar, empatizar o conectar. Hay que estudiar, leer, aprender. Muchísimo. Literatura seria. Porque tratar con una joven atrapada en las drogas o con un padre de familia viudo que ha intentado quitarse la vida dos veces no consiste en recitar frases bonitas. Es aplicar con precisión y pericia años de conocimientos y competencias.

 

Así que, si está dispuesto a invertir tiempo, esfuerzo y corazón en formarse con rigor, que venga. Si no, que espere. No hay prisa, pero sí responsabilidad. Esta carrera no es para quien quiere parecer psicólogo. Es para quien quiere serlo, con todo lo que eso implica.

 

PD. Bienvenidos :D

 

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